El año 2018 fue un período de cambios profundos en todos los niveles. Durante muchos años había sentido la sensación de no sentirme ubicada, de estar viviendo una vida que no me correspondía, como de estar en un universo paralelo donde cada movimiento que hacía parecía alejarme más de una fuerza interna que tiraba de mí en otra dirección.

Tras unos meses de sopesar los pros y contras de emprender el viaje a India; un día me levanté con la sensación de que esta me llamaba y que debía escuchar esa vocecita en mi interior.

Durante mucho tiempo he dejado o más bien no he intentado siquiera dar determinados pasos por dejar que mis miedos, mi sentimiento de culpabilidad y mi mentalidad de escasez y de desmerecimiento (típicos en occidente) gobernaran mi vida.

Por esa época, hace un año, aún estaba casada y el que era mi pareja, que anteriormente veía con desconfianza todo mi proceso de aprendizaje del Ayurveda y mi despertar espiritual, decidió animarme e impulsarme a dar el paso para viajar a India y realizar el posgrado de Ayurveda allí, sobre suelo original.

Así que, de un día para otro, contacté con la Escuela de Ayurveda en España, con la que había estado haciendo el diplomado en alimentación y masajes Ayurveda en Madrid y me lancé con los ojos cerrados a la aventura.

Viaje a India

El 1 de agosto de 2018 me embarqué en un vuelo Madrid-Bruselas, Bruselas-Mumbai a solas con mis maletas, con un buen puñado de nervios y con muchas ganas de vivir una experiencia que me impulsaría a cambiar a nivel personal y profesional.

El 2 de agosto a las 23:30 de la noche, las 20:00 en España, me hallaba en un país completamente nuevo para mí. Mi primer contacto con tierra hindú supuso un choque fuerte a la hora de entenderlos. Hablaban inglés pero con un acento muy extraño para mí y con palabras sueltas. Se me rompieron todos los esquemas gramaticales y lingüísticos de la carrera (ja, ja, ja).

A la salida me esperaba un taxi que mi profesora había enviado a recogerme. Aún me quedaban 4 largas horas y media más de viaje por carretera por delante.

Al salir del aeropuerto quedé impresionada por el caos de tráfico y sonidos constantes de claxon (horn)de Bombay. ¡Y yo pensaba que Madrid y Barcelona me volvían loca!

A las 5:00 de la mañana por fin estaba entrando por la puerta del apartamento donde me alojaría en las próximas semanas. Llegaba exhausta de tantas horas de viaje y al día siguiente a las 9 ya empezaban las clases. Dentro me esperaba Prasadar, el casero, para darme el contrato y pedirme los papeles para tener todo en regla para el alquiler.

Me mostró la que sería mi habitación, ahí sufrí el segundo choque (tenía un fuerte olor a humedad que se hacía insoportable) y el baño-ducha-lavadero, cuyo váter era una letrina en el suelo (tercer choque cultural), una ducha tipo veneciana que al abrirse mojaba todo el suelo del habitáculo y la lavadora (que sólo lavaba con agua fría). En ese momento, me di cuenta de todas las comodidades a las que estamos acostumbrados en occidente y de las que no somos conscientes. También sentí que si no me sentía cómoda, debía trasladar mis quejas a la organización y al dueño. Así que al día siguiente contacté con ambos y conseguí que me cambiaran de habitación a otra con baño dentro.

Sobre la cama, la que iba a ser mi compañera de piso y a la que aún no conocía, Ana Blanco, había tenido la deferencia de dejarme una nota informándome de horarios, modo de moverme por la ciudad y otros detalles que agradecía enormemente.

Esta experiencia prometía ser muy enriquecedora a la vista de todos los acontecimientos. Mis sentidos se habían agudizado como nunca. Me sentía como una niña a la que llevan por primera vez a la playa.