La primera vez que oí que India es un continente de contrastes no acertaba a saber el motivo de tal afirmación. No fue hasta que posé mis pies sobre territorio indio que comprobé a qué se referían cuando hablaban de contrastes. El hecho de poder comprobar sobre el terreno las dos caras y los dos extremos que puede ofrecer India a sus visitantes es toda una experiencia digna de vivir.

Lo primero que te llama la atención, sin lugar a dudas, es que lo ves todo como si, de repente, hubieras retrocedido a tiempos de la posguerra en España y no porque me haya tocado vivirlo sino porque he visto imágenes y he oído mil historias de mis abuelos o de mí padre. Y creo que lo bonito de viajar a un lugar así es precisamente poder ser partícipes de algo que nunca nos ha tocado conocer. Algunos diréis que afortunadamente pero yo, por contra, me siento afortunada de haber podido convivir con una cultura y unas costumbres distintas a las nuestras porque son vivencias de lo más enriquecedoras. Son experiencias increíbles que te hacen crecer como ser humano, que te hacen valorar más las cosas que realmente importan y quitarle valor a las que, por regla general, te quitan el sueño y que no dejan de ser nimiedades definitivamente.

¿Cuantos de vosotros no os habéis sorprendido más de una vez frente al armario sin saber qué ropa poneros? o, ¿quien no ha pospuesto alguna vez una salida o quedada con amigos por la dichosa frase: «es que tengo cosas que hacer en casa»? o, ¿quién no ha estado preocupado/a por poder combinar correctamente la ropa antes de salir a la calle? a estas alturas todos estareis pensando que en más de una ocasión os ha pasado todo o casi todo lo que os pregunto. Pues todo esto ha pasado a un lugar muy relegado en mi vida tras visitar India, aunque supongo que también tiene que ver con la meditación, el yoga y Ayurveda porque van todos de la mano. De repente, te ves quitándote capas innecesarias que no hacían más que empequeñecerte y aplastarte sin necesidad. ¿Qué es realmente más importante: sentirse querido o combinar bien unos pantalones con una camiseta?, ¿qué importa más: que salgas a la calle, esté lloviendo y se te manchen tus preciosos zapatos nuevos o que esa lluvia esté limpiando el aire que respiras?, ¿importa más que puedas comerte un arroz con bogavante en un restaurante chic o que puedas compartir grandes momentos de risas y confidencias con gente a la que adoras un día cualquiera en un parque o en la playa?

En India, da igual que estés en la zona más reprimida o en la más cara donde solo viven multimillonarios, descubres que el compartir con la familia y los amigos es lo fundamental y lo más importante. Todos los encuentros y rituales acaban alrededor de una mesa con un buen banquete. Y te das cuenta de que, en realidad, no importa si tienen mucho o poco dinero, de si visten mejor o peor o de si pueden permitirse lujos o no, su hospitalidad no tiene límites. Solo ellos son capaces de encontrarte por la calle y, sin conocerte, llevarte a su casa e invitarte a su mesa a cualquier hora del día. Y esto lo he vivido en mis carnes más de una vez y sigo sin salir de mi asombro. Y no pocas veces me pregunto: ¿por qué el ser humano en según que zonas del planeta es tan egoíco y orgulloso?, ¿por qué siendo todos almas errantes disfrazadas de carne y hueso somos incapaces de tratarnos como si fuéramos hermanos de sangre?, ¿por qué para sentir compasión es necesario ver sufrimiento en el otro?, ¿qué hay detrás de todos esos escudos que enseñamos a los demás?, ¿será que tenemos miedo de desnudar nuestras almas porque pueda resultar una amenaza?

Es triste ver que a todos nos une lo mismo, el mismo motor (el amor) y aún así seguimos empeñados en separarnos, en tratar de sobresalir y destacar sobre el prójimo. ¿Con qué fin? con el de llenar nuestro siempre insatisfecho ego. Nos da igual perder el cariño o la amistad si el precio a pagar es el de seguir manteniendo el orgullo por bandera. Vivimos en una sociedad y en un mundo donde importa más cuánto pisoteas al otro para llegar a la cima que el ayudarlo a alcanzarla contigo. ¿No viviríamos más felices si dejáramos de competir por sobresalir y nos apoyáramos unos a otros? Si nos diéramos cuenta de que no venimos a este mundo solo para destacar como monigotes por nuestras andanzas y el alcance de nuestros logros sino para ayudar a los demás y así ayudarnos a nosotros mismos a crecer, dejaríamos de perder el tiempo tratando de ensalzar nuestros «yoísmos» y nos enfrascaríamos menos en discusiones insulsas intentando llevar la razón a toda costa.

Si algo se aprende cuando se viaja a la India es a volver a la humildad y a la humanidad, esas que en occidente parecen desvanecidas y que hemos cambiado por «humillar» y «deshumanizar»; que parece que nos hacen más «guays» y más «vacilones» sin darnos cuenta de que nos empequeñecen cada vez más.

Así que de ahora en adelante os propongo un ejercicio de conciencia a practicar cada día al levantaros. Hacéos la siguiente pregunta: ¿de qué manera puedo hacer hoy que el mundo sea mejor? Seguro que hallaréis la respuesta más pronto que tarde y en la cosa que más «insulsa» os parezca.

Nunca olvidéis que un simple granito de arena hoy puede ser enorme una montaña mañana.

¡Gracias y feliz día!