Apenas habían pasado dos horas desde que logré tumbarme en la cama tras el ajetreo de viajes, cuando ya tenía que levantarme y prepararme para ir a clase.

Al salir de la habitación me encontré una cálida bienvenida de mi nueva compañera, Ana, que me puso al día en un periquete de todos los pormenores sobre Pune (la ciudad donde íbamos a vivir y estudiar durante un mes).

Pune es una ciudad que cuenta con unos cuatro millones y medio de habitantes (¡ahí es ná!)y que pertenece al estado de Maharashtra, al oeste de la India.

Esa era una mañana de sensaciones continúas. La primera de todas, al salir a la calle, era acostumbrarme a la conducción por la izquierda y el aprender que en India el peatón no tiene prioridad en ningún sitio. Así que cruzar una calle era toda una aventura, en algunos casos temeraria (ja, ja, ja). Después estaba el hecho de que en India se toca el claxon constantemente y más teniendo en cuenta que las aceras o no existen o están monopolizadas por las enormes raíces de los árboles; con lo cual, caminar por ellas era harto inviable.

-Vamos, que había veces en que iba andando y, si estornudaba casualmente, el conductor del rickshaw/moto/coche que estuviera a punto de pasar por mi lado, ¡me pitaba!, ¡de locos!-

Ese día, por ser el primero para mí de clases, me fui con mi compañera en el rickshaw/tuc tuc (motocarro). Coger un rickshaw en India también tiene su intríngulis. La mayoría de los conductores no entienden ni papa de inglés, sólo hindi o marathi (si estás en Pune). Así que mejor te descargas un mapa sin conexión de la ciudad o te compras una tarjeta sim india (siempre en el aeropuerto; en la ciudad se te acaba el plazo de estadía y no la has recibido).

También resulta curioso que, cuando le pides a un autorickshaw driver (conductor del rickshaw) que te lleve a algún sitio, casi nunca sabe donde está y se baja o se para en cualquier lugar a preguntar a otros la dirección. -¿Verdad que te resultaría impensable en un taxi en España?-

Después de esto, hay que tener en cuenta el regateo. Por el mismo trayecto en un mismo día, te pueden cobrar tres precios diferentes. Así que lo ideal es preguntar el precio antes de subirse.

Como veis, solo pones un pie en la calle y ya estás viviendo una experiencia tras otra.

-¿Os habéis sentido alguna vez como un famoso por la calle?-, ¿no?, pues venid a India. Te ven y es como si estuvieran viendo a Dios o a una aparición. Os pedirán selfies y fotos a cada paso. Te preguntarán si eres rus@ o aleman@. Te preguntarán si tu amiga y tú sois hermanas y te dirán que os parecéis mucho.

Como os decía, ese día llegamos en rickshaw a clase. Allí nos esperaba la Dra. Prachiti Kinidkhar que nos dio una cálida bienvenida y se interesó por cómo había sido el viaje.

Empezábamos las clases los dos cursos de Ayurveda(primero y segundo) y para decidir si estábamos o no preparados para acceder a segundo, nos sometió a una especie de examen oral. En total quedamos tres personas para segundo y el resto (unas siete personas) para cursar primero. Los de segundo pasaríamos los días con la doctora (aclarar que sus clases son en español) viendo enfermedades, patologías, síntomas, causas y fitoterapia, mientras que los de primero darían la parte teórica (alimentación Ayurveda y principios filosóficos) con ella, algunos días, y la parte práctica de masajes con la profesora Sruti (una India de Pune, discípula de Prachiti) y la traductora (Madhura).

Con los días, nos fuimos acostumbrando a beber menos agua fría y más infusiones de las que preparaba Nacho, un Cántabro amigo, socio, y, anteriormente, paciente de Prachiti al que con Ayurveda se le fueron todos los problemas de diabetes y sobrepeso que tenía y con el que teníamos momentos increíbles de risas (le encantaba sacar de quicio a Prachiti con su humor ácido). Los llegué a bautizar con el nombre de: “Pimpinela” (ja, ja, ja).

Este fue el primer paso de la introducción de Ayurveda en mi propio organismo. El siguiente paso fue por propia iniciativa después de hablar con Ana para organizarnos las comidas en casa(las que no hacíamos fuera). Ella es vegana y pensaba que quizás yo preferiría seguir mi dieta normal. Pero yo andaba descontenta con mi silueta desde hacía unos años. Tenía unos kilos de más que, a pesar de tomar más fruta y verdura de la que tomé anteriormente en mi vida y de ir varios días por semana al gimnasio, no lograba perder de vista. Además, a esto se unía que no combinaba adecuadamente los alimentos con lo que mi organismo no metabolizaba, ni digería bien. Así que ese mes tomé la decisión de cambiar mi alimentación y ver qué pasaba. He de decir que tras un mes en India había perdido 4 kilos, bastante volumen y empezaba a recuperar mis buenas digestiones y metabolismo y que, tras volver, seguí con mis cambios ayurvédicos hasta perder como unos once kilos en cuestión de un año. ¡No cabía en mí de gozo!

Bueno, pues, como decía anteriormente, en India es poner el pie en la calle y empiezas a vivir una aventura tras otra. Has de venir muy armad@ de paciencia y sin expectativas de ningún tipo porque aquí todo es impredecible e improvisable.

En la próxima entrega os seguiré contando más experiencias, anécdotas y curiosidades de esta tierra increíble.